No todo dolor en la vida se nota.

Ese día subí al bus con las piernas temblando. Miré alrededor buscando dónde sentarme, y por fin vi un asiento vacío en el fondo. Me dejé caer como si fuera mi salvavidas. Y aunque desde afuera parezco sano, joven y fuerte. Por dentro cargo una lesión en las rodillas que me acompaña desde hace años. Cada jornada de trabajo termina igual: con un dolor que me arde como fuego y que me recuerda que no todo dolor en la vida se nota. Apoyé la cabeza contra la ventana y cerré los ojos, intentando ignorar el ardor de mis articulaciones. A los pocos minutos subió una señora con un niño de unos nueve años. El pequeño iba tranquilo, pero ella se plantó frente a mí y, sin rodeos, dijo: —Disculpe joven, ¿me puede ceder su asiento? Vengo con mi hijo. Abrí los ojos. Y vi una señora joven con un niño grande. Sentí que todo el bus se giraba a mirarme, expectante. Y yo, tragando saliva, solo pensé: “Si supieran…” Recordé todas las veces que sí me levanté: Por una mujer embarazada que casi se d...